In the end

 Lo vi a lo lejos, y sonreí. De esas sonrisas que se te dibujan en la cara sin pensarlo, de esa alegría que viene de adentro y que se demuestra con una mueca de labios. Sonreí. Después de todo, volví a sonreír (y no era poco). A medida que se acercaba mi corazón galopaba más y más fuerte, sentía que iba a salir de mi pecho. Nerviosa, ansiosa, temblando, un poco desequilibrada y confundida. Estaba en esa esquina esperándolo, como habíamos acordado. Por un momento, me tuve que apoyar sobre una pared porque pensé que iba a desfallecer a cada paso que él daba. Cuánto tiempo había pasado? Ya ni lo recuerdo, había perdido la cuenta a la vez que perdía la razón. 
Lo abrace, o mejor dicho, me desvanecí en sus brazos. Me tomó con fuerza y me apretó tan fuerte que sentí que todas mis piezas se volvían a unir. Volví a sentirme entera, a ser una. Me abrazó por uno minutos. No hay dudas que sintió mi temblor y mis lágrimas mojar su remera. Pero no dijo ni una sola palabras.  Fueron minutos, pero se sintió como horas. Sentí sus brazos fuertes, sentí su ternura. Volví a sentir. Lo peor había pasado, el dolor se atenuaba, me sentía menos rota. Me miró, sonrió y me secó las lágrimas. Eran esos momentos, dónde el silencio es necesario porque las palabras no alcanzan. Nos quedamos mirándonos, diciendo todo pero sin emitir sonido. No tenía fuerzas de hablar, de excusas, de perdones. Mis lágrimas no dejaban de correr por mis mejillas. No podía descifrarlo: era una despedida o un comienzo? No habíamos llegado a escribir ni la introducción de esta historia, no teníamos rumbo. Fue espontáneo y pasajero. Entonces entendí que nos acercábamos al final de éste dédalo de incertidumbres. Me sequé las lágrimas, sonreí al verlo frente a mi (aunque sea por última vez).  Con vos nunca se sabe, pensé. 
Obviaste mis lágrimas y ese abrazo. Comenzaste a hablar y a hablar sin parar. Sentía menos dolor, y tus palabras eran como apósitos a mis heridas. Escuchaba detenidamente todo lo que decías, admirándote a cada instante. Volvimos a reír, con fuerzas, con ganas, ahuyentado la pena. Me envolvía una fuerte energía y nuestra química era innegable. Tenías ese don, de decir la palabra justa en el momento indicado. Era tu gran talento y yo una simple fan. Tu carisma volvía a ganar mi corazón. No había forma de opacar esta ocasión. Estábamos en una burbuja. Hablamos hasta el atardecer, y al ver la luna comprendí que el día iba llegando al final. Y con el anochecer, se apagaban mis esperanzas. Era la despedida. 





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